Alfonso del Granado - Obras Seleccionadas

Poema Dedicatorio

1990 Poemas del Amor y de la Muerte

1990 The Abortionist

1990 Bíografía del Poeta J. del Granado

1992 Cincuenta Años de Infierno

1992 Las Memorias de Holofernes

Carta de Tarata

Carta Histórica a la Historia

1996 El Rufián de Chicago

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POEMA DEDICATORIO

FÉLIX ALFONSO DEL GRANADO ANAYA
1938-

Soberbio prosador de inmenso vuelo,
Maestro y Señor del Verso y la Novela,
que en la potencia de su ser revela
la inmensidad de Dios y de su Cielo.

Pobló su mente de un grandioso anhelo
el dios Apolo que sus sueños vela,
y el amor a lo bello lo desvela
por descorrer de la Belleza el velo.

El novel Médico padeció en América,
y en su novela «Aborto», se consume,
por ser creyente y de ascendencia Ibérica.

Y condenando el criminal abuso,
pidió que el Mundo el filicidio abrume,
y como Zola, exclamó YO ACUSO.

-Javier del Granado y Granado

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1990 Poemas del Amor y de la Muerte

LA POESÍA Y LA MEDICINA

En Occidente, la lírica ha nacido uncida al culto de la muerte. La primera colección de poemas líricos que se conoce en esta tradición es una antología (anthos: flor. logia: colección) de epitafios ateniense que resumen los hechos y virtudes del ciudadano ido. Como bálsamo o como antídoto, los poetas han escrito frente a la piedra fría de lo irremediable. Así Orfeo, el héroe lírico por excelencia del mito griego, conmueve con su canto a la naturaleza inánime que lo circunda cuando ya no puede rescatar a Eurídice del Hades. Su lira, desplazándose, anima a las piedras, pero no logrará rescatar a la amada de debajo de la tierra.

Así como Cicerón -pensando en Sócrates- estimaba que el filósofo era aquel hombre virtuoso cuyo cuerpo de estudio es la muerte, una poderosa tradición, acompañada, también, por varios doctores de la Iglesia ha establecido a la poesía como remedium intellectus y al poeta humanista como «un médico para todos los hombres». La poesía, tradicionalmente, ha sido el gran argumento contra la muerte, quedando suspendida en el abismo de la fosa, ya para suplementar al héroe épico o trágico con un fama imperecedera, ya para estirar al mismo escritor más allá de sus propias cenizas y dar sentido a su fragmentación y dispersión finales en el manojo de palabras que -en la Modernidad- lo conocen por Autor.

No es del todo arriesgado sostener que en lírica (más allá de la intensidad abismal del coito y de la famosa dicotomía Eros-Thanatos), el amor constituye un tropo que permite eclipsar o ritualizar eficazmente la paradoja de lo que ha dejado de ser, la instancia de lo que se ha muerto. La felicísima traducción quevediana de la elegía de Propercio, en la que el poeta mesmeriza el polvo con el veredicto de «polvo será, mas polvo enamorado» es un mojón apenas de este largo trayecto encantatorio que conoce, más recientemente, momentos como la meticulosa putrefacción de la carroña baudelaireana o el poema a la amada de Fernández Moreno, en el que la voz lírica se detiene celebratoriamente en los detalles más nimios y más perecederos de la amada: sus nervaduras, sus epiplones y espiroquetas. Es la palabra que, como el canto de Orfeo, se lanza a dar un soplo vital a lo que es mecánico o está fatalmente yerto.

La medicina puede ser paradojalmente entendida como un avatar de la muerte. El juramento de todo legatorio de Hipócrates la invoca para negarla. Curar es denegar la muerte, y ejercer la medicina, a la vez, recordarla. Indagar en los arcanos de lo que vive es, a un tiempo, darle un nombre innumerable y puntual a las distintas máscaras de la muerte. La historia literaria conoce de médicos famosos; piénsese en Rabelais o Descartes, o en Keats, quien quiso ser médico pero se limitó a escribir poesía cuando lo atrapara la misma tuberculosis que se llevara a su madre y a su hermano y que finalmente habría de llevarlo a él. Rabelais celebró la vida, pero Asunción Silva fue a visitar a su amigo médico para que le marcara con yodo el círculo del corazón que el poeta terminó de abrirse con un balazo. Su médico le dio una medida a su muerte.

POEMA DE LA MUERTE

Una ilusión pasó rasgando el tiempo,
y en la negrura yerta de una noche de invierno,
sentí dos manos frías sobre mi sien sombría,
un murmullo de voces y gemidos
que más que locos cantos parecían quejidos.

Una vela que ardía trocó su luz en sombra,
y era esa sombra, sombra del amor y la vida.
Y la ventana vieja de la casona mía, se abrió pesadamente.

Yo me hallaba confuso y el frío me mataba,
mas de repente alzando mi voz acrisolada,
con la negrura bruna de esa noche de sombra,
pregunté quedamente si era mi dulce amada
y esa sombra en la noche ya no me dijo nada.

La forma se acercaba despacio a mi aposento,
era una bella dama, mi luz, mi pensamiento,
y sus labios reían cual pálidas violetas.
Oí que aquella sombra despacio susurraba,
«Yo soy tu amante, amado, que entró por la ventana.
Para dormir contigo mi noche está estrellada».

Vi sus pálidos muslos, reflejo de la luna,
vi su vientre cautivo con su pubis de nácar,
vi la albura en sus pechos, y en su forma una estatua.
Se movió quedamente ingresando a mi lecho,
sentí el calor divino de aquel cuerpo que mata,
y bebí de sus labios fuego de amor prohibido.

La amé un momento y nada cambió su faz de cera,
la hice mía en la noche y ella no dijo nada.
Mas sentí que su cuerpo perdía su armonía,
y su carne de flores, en huesos se tornaba,
y en su boca, cual rosa, la sonrisa brotaba.

Era la muerte, amigos, que pernoctó conmigo,
y esa noche de sombras sutil y misteriosa
huía con la dama que pernoctó conmigo,
aquel azul camino, fugaz, cual mi destino.

INFARTO

¡Oh! pareces el grillo de la voz tan doliente
que corre sobre arena tenebrosa y desierta,
catarata de voces, emociones fallidas,
como trágica nota de oraciones confusas.

Parece que persigues lo que nunca se alcanza
y te pierdes lozana en la noche desierta.
Tu conjunto armonioso de esperanzas fallidas
parece que ahora alcanza la negrura del limbo.

Me pareces desierta, no hay canción en tu pecho,
no hay calor en tu cuerpo, ni ternura en tus labios.
Eres nívea violeta de los campos perdidos,
eres ángel de luces al compás de tu muerte.

Ya no se escucha el timbre de tu voz melodiosa,
ya no veo tus ojos y contemplo tu muerte.
¡Oh! torrente de perlas en canción desmedida,
porque calla la fuente su compás de gemidos
para que un cuerpo virgen se deshoje en latidos.

¡Oh! divina violeta de los campos perdidos,
ayer nació tu vida, ahora llegó tu muerte,
por fin cesó en tu pecho el martillo salvaje
y tu blondo cabello me parece doliente,
y aquel reloj que marca ese espacio de tiempo
que se lo llama vida mientras llega la muerte,
también se ha detenido llorando por tu suerte.

Ayer vieron mis ojos nacer un cuerpo albo,
y ahora esos mismos ojos contemplan negra muerte.
¡Oh! juventud tronchada, azucena de armiño,
ayer con tu sonrisa como flor te ofrecías
cual perfume sediento de deseos ocultos;
hoy tu cuerpo sin forma yace en blanco sepulcro.

¡Oh! obstáculo de siempre que acabas con la vida,
nublaste mi camino, dame también la muerte,
convulsiones de espanto, galopar de sonidos,
esfuerzo amargo y triste cual un final latido.

¡Oh! compulsión de rostro, ojos nublados, yertos,
¡oh! dedos encrespados cual gaviotas heridas,
¡oh! sublime obsesión de obsesiones perdidas...
eras tu la esperanza de ilusiones fallidas.

EL ALTIPLANO

Voy a partir a las lejanas tierras
donde el indio acrisola con la pampa
forjando en llanto su canción de cuna,
triste y amargo, como luz de cacto.

Voy a partir donde la pampa inerte
forja el paisaje azul de la quimera,
que en nubes de oro y tempestad de tiempo
pintan la tierra legendaria y yerta.

Acicatea su cincel el maestro
forjando ensueños de nevados picos,
que danzando en anillos de infinito,
cual espuma de puna y abatida,
se alejan a la vista fugitiva
remontando el recóndito paisaje
del azul de ese cielo enloquecido.

A lo lejos rasgando el firmamento
y ocultando su vuelo entre las sombras
se lanza a los abismos, cual saeta,
el ave rey del viento y la quimera,
y ante el impulso de sus torvas alas
se sacude la tierra estremecida
quedando, cual Madona dolorida,
en la sombra divina del paisaje.

Y los ojos convulsos de la fiera
fijan su cruz sobre la presa loca,
que inclinando su testa ante el verdugo
troca en silencio su ilusión en rosa
y su cuerpo en canción de despedida.

Dos ojos tristes miran a lo lejos,
dos ojos turbios sangran de amargura
y con su sangre riegan lontananza
espolvoreando nubes de oro grana,
nubes que flotan en la puna agreste
como polvo de estrellas esparcido.

La noche cubre con paisaje yerto
y en la osamenta, cual suspiro amargo,
gime el cadáver del sol de oro muerto.

Todo entra en calma, todo es lejanía.
La noche cubre con su manto, plata,
y una diadema de brillantes lunas
ciñe la frente astral de altiplano.

Irradia el sol y sus dorados lazos,
cual serpientes, comprimen los picachos
y el Illimani, cual feroz gigante,
sacude airado su melena al viento.

La luna en el espacio se abrillanta
constelando de luz el altiplano
y entre sus manos trémulas levanta
la Hostia inmaculada, el gran nevado.

Nada se mueve aquí, todo está en calma,
hasta las diosas sueñan en la pampa,
y transformando el cuerpo en lejanía
se alzan altivas en la gran comarca.

Y esas diosas en llamas convertidas
parecen las estrellas fugitivas
en el desierto cielo de la pampa.

CADÁVER

Algo canta en tu cuerpo sin que tú lo presientas.
Algo quema a tu lado sin que jamás lo sientas.
Me pareces tan fría como la serranía.
Me pareces tan grande como el Ave María.

Hay algo misterioso que envuelve tu figura
y te vuelve tan negra, tan negra y tan sombría,
que escapas a mis ojos y no te alcanzo a ver,
una sonrisa basta de tus labios de fresa,
para que tu mirada tan triste y tan callada
se parezca a la noche de estrellas constelada.

Todo me gusta, entonces, todo en ti vuelve y queda,
tu mirar de llanura, tus colinas de carne,
tu hermosura de diosa, tu tersura de luna.

Mas al caer el día, tus labios de azucena
se cierran nuevamente y en ti canta la pena.

Y tu cuerpo callado donde todo se ha ido,
solloza en la distancia trocándose en gemido,
y tu conjunto triste como un molino de agua
sigue girando solo, solo como perdido.

LLUVIA

Llueve en mi corazón como en el campo
empapando mi tierra con las gotas,
gotas ardientes de un amargo llanto.

En las ventanas de mi cuerpo frío
corren las gotas de mi amargo llanto
y al caer a la tierra ensombrecida
emergen de sus huellas las estrellas
forjando en el silencio melodías
que asemejan tal vez un suave canto.

Llueve en mi corazón y allí florece
el recuerdo de amor de tu sonrisa
y el perfume sutil de las violetas
emerge de la tierra en ilusiones
regadas con las de mi llanto.

Llueve en mi corazón y todo es lluvia,
el amor con sus goces y dulzura
y la plegaria que a los cielos sube
de la tierra sin fin de los pesares.

ROCÍO

Quisiera ser rocío del relente
para colmar tus ansias de ternura,
quisiera ser, la fuente de agua pura,
para darte de beber mi agua ardiente.

Quisiera ser el Halo del poniente
para nimbar de ensueños tu figura,
y ser también, los brazos del torrente,
para estrechar en ellos tu cintura.

Quisiera ser tu vida y ser tu muerte,
y fecundar tu fosa con mis huesos,
porque vencí al destino con mi suerte.

Pues vi en tus pechos, de combadas lomas,
dos pezones piando por mis besos
y una blanca nevada de palomas.

ME GUSTA CUANDO ME MIRAS

Me gusta cuando miras con tus ojos ausentes,
me gusta cuando miras y me miras ausente.

Son tus ojos dos lagos donde el amor se mece,
y en tus ojos de lago donde las algas crecen
veo un amor de río, siento un río de voces,
torbellino callado, callado y muy sombrío.

Me gusta cuando miras y me miras ausente
y tus ojos se agitan y tu voz se retuerce,
me gusta que me mires cuando me hallo presente
porque al mirarme, miras y me buscas, ausente.

POEMA DEL AMOR

Una mano pase sobre aquel vientre
modelando sus líneas y figura,
poco a poco esculpí su gracia pura
llegando al fondo sacro de su fuente.

Mis ansias escapaban locamente
de la armonía de su cuerpo frágil
y de su pubis, nívea melodía,
emergían las notas de su canto.

Mis deseos bajaban lentamente
y con ellos su sexo palpitaba.
Mas llegando al volcán de su cintura,
sentí que sus dos labios me besaban,
y rasgando el capullo de la vida
mi mano entre sus piernas suspiraba.

Era una virgen morena y dolorida,
y mis dedos salvajes la violaban.

Un húmedo calor de primavera
emergía del fondo de su tierra
y aquél néctar de virgen anhelante
embriagaba de amores el ambiente.

Musitaba palabras trasnochadas
y sus ojos sedientos me llamaban
como agua cristalina en el desierto.
Y aquella virgen dulce y suplicante
sería mía como yo del tiempo.

Nuestros ojos de nuevo se cruzaron
y anhelantes los cuerpos se buscaban.
La contemplé de nuevo suavemente
y sus ansias de amar me arrebataban.
Yo estaba ciego y ella ante mis ojos
se deshojó en mil pétalos de rosa.

Su cuerpo se mecía tiernamente
y sus olas sin fin me trastornaban.
Yo era una frágil barca que bogaba
y ella la mar azul que permitía
en medio de borrasca tenebrosa
anclar en aquél puerto majestuoso.

Y al contemplar la estrella rutilante
que, cual faro de amor, me socorría,
caí sobre la virgen anhelante
como un rayo de fuego que desgarra
la recóndita gruta del pecado.

Y en medio de sollozos, yo exploraba
aquella selva virgen desflorada.

OSAMENTA

Y hoy mi vida se mece en osamenta
al vaivén de las olas del destino,
siento el dolor terrible de tu ausencia
y mis ojos perdidos ya te buscan
en las sombras fatales de la angustia.

Hoy es distinto para mi alma triste,
ya no siente el calor de tu mirada
y mis dedos se encrespan tras los tuyos
como buscando eternidad o nada.

Nunca sufrí con otra despedida,
mas hoy me encuentro anonadado y triste,
siento en mi pecho un peso que me mata,
y al vaivén del tiempo misterioso
mi barca ya naufraga en el destino.

Mis ojos están tristes, como lo está la noche.
Siento flotar mi alma solitaria,
que se eleva a las cumbres en plegaria.

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CARTA DE TARATA

Discurso pronunciado por el Dr. Felix Alfonso del Granado en el Palacio Consistorial de la Ciudad Colonial de Tarata, con motivo de la presentación de su libro "Las Memorias de Holofernes"

20 de Noviembre de 1992

Distinguidas autoridades, damas y caballeros:

El inmerecido honor que me habéis dispensado al invitarme a conmemorar con vosotros el glorioso aniversario de la Batalla de Arma, en la que las fuerzas vallunas al mando del Quijote de América don Estaban Arze derrotaron al león Ibérico, lo acepto con gratitud por considerarlo un reto histórico.

Me siento orgulloso de visitar la tierra de mis antepasados, fundada por los españoles que vinieron de Asunción del Paraguay y Santa Cruz de la Sierra, galopando el destino y desafiando la muerte, en sus peligrosas monturas de esperanza, años antes de que los españoles procedentes de Lima y la ciudad de La Paz vinieran a fundar la ciudad de Cochabamba, sometiendo a los cóndores y arremetiendo a los Andes.

La Villa de Tarata con sus calles angostas, sus bóvedas de cielo azul, con sus pendones de nubes ilusorias, sus colinas de violetas blancas, sus huertos de arrayanes, sus maceteros llenos de claveles rojos, su lluvia de jazmines y su profusión de rosas, que bajaban y subían en forma de enredaderas por las paredes de las casas de estilo español, se mantenía graciosamente erguida como un cisnes travieso, navegando dormida sobre sus lagos azules; sus ventanas labradas laboriosamente con hierro de lágrimas ocultas, tachonadas de suspiros discretos, para que no se escapen los besos enamorados, ni ingresen los gemidos tristes; para que no fuguen las quejas desconsoladas ni penetren los llantos quedamente vertidos. Sus sólidas y bien talladas puertas ennoblecidas por bellos escudos hidalgamente familiares y crucificadas con clavos de bronce inflexible, le daban al conjunto la dignidad discreta de una ciudad pequeña y señorialmente altiva. Sus patios andaluces con sus aljibes de agua pura y cristalina contrastaban netamente con las aguas turbias de los dos ríos que la rodean. Villa donde las más bellas mujeres de la época paseaban las aguas del deseo, sobre la grácil silueta de sus caderas redondas y donde los varones, intelectualmente altivos, la enorgullecían con el talento inmaculadamente vertido de sus regios cerebros, que brotaba incansable como el agua de la fuente. Tarata fue la cuna donde nacieron los grandes y donde vivieron los fuertes.

El General Mariano Melgarejo nació en la ciudad de Tarata el 13 de abril de 1820, hijo natural de Lorenzo Valencia e Ignacia Melgarejo, se incorporó al ejército de soldado raso en las épocas del Gran Mariscal de Zepita don Andrés de Santa Cruz, combatió valientemente en la batalla de Ingavi bajo las órdenes del General Ballivián. Ascendió al poder en la revolución de 1864 y gobernó Bolivia por el espacio de 6 años. Durante este periodo convocó a elecciones generales y fue elegido Presidente provisorio de la República el año 1868 y Presidente Constitucional el año 1870. En el ejército a pesar de su corta edad y falta de experiencia práctica, infundía respeto, el valor emanaba de su piel, su cuerpo lo transpiraba, era terriblemente atrevido y desvergonzadamente alzado. Mostraba una osadía que alcanzaba la desfatechez, presentaba un comportamiento rayano en el descaro, un arrojo incontenible, un valor incomparable y una temeridad que enloquecía a la locura. El joven soldado de la Patria estaba adornado al mismo tiempo, de modales magníficamente depurados y dotado de una sagacidad exquisita, una sutileza extremada, una astucia a toda prueba, un refinamiento político cauteloso y una perspicacia inteligente. Como los potros de raza empezó a comer, crecer y ascender en forma acelerada, saltando sobre las pequeñas vallas de los ascensos eternos al grado de sargento con una facilidad increíble y sin ningún problema, la carrera de soldado era su vida y fue su muerte y el cuartel resultó ser el hogar que nunca tuvo. Mariano a caballo era un regalo a los ojos, una sinfonía a los oídos, jinete y potro se movían con el mismo brío, como conectados por el mismo vínculo y ligados por el mismo lazo, resoplaban con la misma fuerza, se desplazaban raudamente con la misma agilidad, soltura y elegancia, saltaban audazmente sobre las tapias juntos, eludiendo, esquivando y soslayando obstáculos en el camino, como si en ambos circulase la misma sangre y brotara el mismo orgullo; cuando llegaba galopando parecía un relámpago centelleante, que caía de un cielo azul, con la fuerza de un rayo y el estruendo de un trueno rasgando la túnica del día y rompiendo el fanal cristalino de la noche. Dotado de un poder de narración informalmente descriptiva, de una fe devotamente profana y una misticidad impía, fulguraba en la oscuridad de un ejército militarmente opaco, aguerridamente mediocre e internacionalmente apagado. Su vida en el cuartel fue una prolongación de la del colegio y un anuncio profético de su destino marcado. Figuró en muchos motines, participó en varios cuartelazos y encabez0243 un sinnúmero de revoluciones, saliendo en algunas triunfante y en otras derrotado.

Durante su vida diaria, era de carácter dulce, trato jovial, determinación afable, comportamiento amable y disposición risueña, encantador para todos, seductor para las damas, franco para sus camaradas, desconfiado y astuto para sus enemigos. De genio turbulento y espíritu alborotadamente revoltoso, amaba el peligro y se solazaba en el, era áspero con los incultos, feroz con los crueles, indómito con los ariscos, terco y rudo con los torpes, admiraba el valor y rendía culto a la inteligencia.

Cuando se encontraba amenazado, franqueaba o atravesaba, omitía u olvidaba y parece que la boa del peligro desaparecía en la carabela sin rumbo de una noche estrellada. La velocidad de sus movimientos y la destreza con la que manejaba la espada lo hicieron legendario. Por sus innumerables muestras de heroísmo, su valor en el combate, su generosidad en la victoria y su contingencia en la derrota, llegó a imponerse en el ejército; sus superiores lo distinguían, sus compañeros lo admiraban, sus amigos lo querían y sus enemigos le temían porque los cuadrantes del mundo se cruzaban en su pecho y la estrella náutica naufragaba en el mar de la esperanza.

Alto de estatura, robusto de cuerpo, fuerte de contextura, de musculatura herculanea, de agilidad felina, dotado de pómulos salientes, frente medianamente pequeña, boca grande y sensual, de sonrisa socarrona, nariz cortamente aguileña, ojos inmensamente profundos, negros como la noche y veloces como un látigo, su mirada voluble confundía a los más avispados, suave o paternalmente apacible, o iracundo y furiosamente violento. Sus ojos no sólo que hablaban, sino también interrogaban, empujaban, desvestían, penetraban, desnudaban, indagaban, amedrentaban, aterrorizaban y herían. Estas eran las piezas anatómicas que constituían a ese hombre fisiológico llamado Melgarejo, quién presumía ocultando su sangre indígena, como un rayo de luz que trata de encubrirse en forma invisiblemente escollera, dentro un hermoso cofre tallado en roble, en nube y en roca, sobre la que brillaba centelleante una cabeza de fíbula, interesantemente imponente, descomunalmente grandiosa, temiblemente amenazante y majestuosamente leonina, adornada por una regia barba en la que fácilmente cabía la fuerza del universo, que llegándole a su pecho, le daba a su conjunto un aspecto rasputinescamente atrayente y encantadoramente varonil.

Pasada la batalla de la ignominia, Melgarejo, cabalgando en el potro de los vientos se alejó de la patria a la que había amado tanto, a la que había gobernado y a la que había servido con abnegación y acierto, se fue como entró, sin un centavo en el bolsillo. Galopando sobre el dolor de la puna, cruzó las cumbres nevadas, mientras el viento mecía sus pensamientos bizarros y como un hombre perdido, con un puñal en el pecho, cruzó los Andes sangrando. El viento rugió en las cumbres, los cóndores lo saludaron y el Gran Perú de rodillas rindió tributo a su espada, mientras los quechuas lloraban y las zagalas bailaban, danzando en polvo de estrellas como una antorcha sin llama. Posteriormente pasó a Chile donde lo recibieron con honores de ex-presidente y los de general de división de sus ejércitos, la tesorería del Mapocho ordenó que se le cancelaran los cheques correspondientes a su alta investidura militar, e inmediatamente comprendieron que con la salida del genio militar de los Andes, la patria del altiplano quedó desamparada, empezando sin perdida de tiempo los preparativos militares para la próxima contienda. Morales al derrocar al protector les había hecho un gran servicio, les entregaba la costa del Pacífico en una bandeja de huano, salitre y cobre.

«Juana de mis entrañas, mujer de mis obsesiones, alma de mi alma, dulzura de mis labios, amanecer de mis días, estrella de mi noche, faro de mis caminos, tormento de mi soledad, tristeza de mi alegría, pena del corazón, luz de mis tinieblas, frenesí de mis amores, delirio adorado, calor y remedio de mis pasiones, tortura de mis pensamientos, embaucadora de mis sentimientos, cruz y calvario de mi vida, ¿dónde estás que no te encuentro?». «En Lima, mi general», «ya lo sabía, mi corazón lo presentía, Quito te queda lejos, espérame que ya llego, no te vayas que ya vuelvo». Y con el pensamiento y sentimiento puesto en la mujer que él había amado más que a nadie en esta vida, emprendió su último viaje a la ciudad de los virreyes. Allá en la calle de los gallinazos tristes, cerca de la esquina de los malagradecidos eternos, golpeó la puerta y le contestó la muerte, a quemarropa le dispararon un tiro que le atravesó la cabeza y otro que le partió la boca, varios sabuesos enviados desde la ciudad de La Paz, al mando del general José Aureliano Sánchez participaron en este horrendo crimen. Sánchez, el hombre que le debía todo, aquél que fue elevado a la alta clase de general sólo por ser su cuñado e hijo político, participó en el asesinato por unos cuantos pesos y la inquebrantable promesa de los vencedores de enero, que no le expropiarían sus bienes y lo absolverían de toda culpa. El valiente general boliviano cayó arrastrando a la muerte y fue conducido por los vecinos a la farmacia del padre Jerónimo y de ahí, a su casa malamente herido, respirando su vida a bocanadas y perdiendo la fuerza a borbotones, en medio de una eterna agonía, alborotadamente tranquila y serenamente corta, en el regazo dulce y tierno de las únicas que lo amaban, la muerte y sus dos hijas del alma. Lima con lágrimas en los ojos, veía en medio de su eterna garúa al genio militar americano extinguirse como una vela sin llanto.

Su pulso es imperceptible, sus pupilas se dilatan, ya no respira, el corazón se ha detenido, ha muerto el Atlas boliviano. Inmediatamente las campanas de la catedral metropolitana repicaron en silencio compungido, con ese tañer tan triste que lamía el corazón y mordía el alma, acompañando a su cuerpo que se elevaba sin prisa hacía la inmortalidad. La prensa de Lima informó al mundo que el bravo guerrero de los Andes había muerto a las 11 en punto de la noche, en todos los relojes. «El Imparcial» decía que: «Anoche fue trágicamente asesinado el Sr. general Mariano Melgarejo, ex-presidente de Bolivia, general de división de los ejércitos de Bolivia y Chile, Gran ciudadano de la República, Benemérito de la Patria en grado Heroico y Eminente, Conservador del Orden y de la Paz Pública, Gran Cruz de la Imperial Orden del Crucero del Brasil, Capitán del Siglo y Primer Soldado de América, al parecer fue víctima de una conspiración fríamente planeada y matemáticamente ejecutada, dirigida desde el palacio de gobierno de la ciudad de La Paz, el general Sánchez y varios individuos fueron detenidos cerca al lugar de los hechos y conducidos a las reparticiones policiales, se informa que las balas que hirieron de muerte al valeroso soldado de América venían cubiertas con láminas de plata y fueron acuñadas en la Casa de la Moneda de Potosí. La casa donde se encuentran los inmortales restos del general está custodiada por la guardia presidencial peruana, cinco facultativos no se movieron de su cabecera. Por orden del Excelentisimo señor presidente de la república del Perú, los restos del general serán velados en el templo de la Merced, con todos los honores militares. El entierro al que asistirán su excelencia, los ministros de estado, el cuerpo diplomático y el pueblo en general, será realzado con la presencia de los regimientos «Pichincha» y «Ayacucho» de artillería y el regimiento «Junín» de caballería. El general Melgarejo, general de división de Chile y de Bolivia, fue el padre de la creación de la «Unión Americana», entre las cuatro repúblicas del Pacífico y es considerado héroe de la batalla del 2 de mayo, que fulguró con la liberación de la América Latina. «El Clarín» de Santiago dijo: «El crimen del siglo fue alevoso, premeditado y fuertemente financiado por los que lo derrotaron el 15 de enero en la llamada batalla de la ignominia; se ve que el nuevo gobierno usó el secuestro para triunfar y ahora viola el sagrado derecho de asilo para mantenerse en el poder, con este asesinato se cierra un capítulo más, en la triste historia del convulsionado país del altiplano». «La Trompeta» de Lima dijo: «El Perú se encuentra estremecido, hemos visto su cadáver, en el que se puede apreciar un rostro varonil, imponente y hermoso, una sonrisa de triunfo dulce y suplicante entrega, cubre de vida su semblante, es ése su adiós postrero, a esa su dulce amiga la ingrata muerte. El entierro del valiente general boliviano fue solemne, el gobierno peruano le tributó todos los honores militares correspondientes a su alta envestidura y el pueblo sin distinción de clases lo cubrió con la garúa de su llanto. Finalmente se le impuso la medalla de oro de «Héroe del 2 de Mayo» y se cubrió su ataúd con la bandera de la «Unión Americana». Esperamos que el próximo gobierno de Bolivia recoja los inmortales restos de su presidente y lo entierren envuelto en la gloria de sus múltiples combates, en, la patria a la que él vio nacer, a la que sirvió con denuedo y a la que amó hasta la inmolación».

Al mismo tiempo, el representante de Bolivia ante el gobierno del Perú dijo, en su carta dirigida al gobierno del general Agustín Morales: «En este trágico evento, en el que yo no intervine y que se llevó acabo sin mi conocimiento, mi deber de honor como representante de un pueblo noble y acogido por un gobierno generoso es hacerme cargo de los restos legendarios del general del valle, que gobernó el país por el espacio de seis años y fue derrotado el 15 de enero. Como boliviano y como patriota, no he vacilado un instante, señor ministro, para recogerlo y rendirle tributo y en ésta triste y vergonzosa fecha en la que invito a las exequias, que por su eterno descanso, se celebrarán mañana en el templo de la Merced, rindo mi último homenaje a la gloria militar de América, quien es mi enemigo político, pero ante el que me inclino reverente admirando su valor y aplaudiendo su entereza. El juicio de los contemporáneos, señor ministro, termina donde comienza el de Dios y donde empieza el de la historia».

En el cementerio de San Eloy, el Ilustrísimo Arzobispo de Lima al bendecir con agua de lluvia santa y polvo de incienso bendito el cuerpo inerte del «General de los Andes», que acabó venciendo a la vida del brazo de la muerte dijo: «En esta solemne ocasión, en nombre de Dios omnipotente, doy sepultura a un valiente, que hasta ayer fuera presidente de la hermana república de Bolivia y gran defensor de la causa americana. Excelentisimo señor presidente, permitidme el honor de bendecir vuestra tumba, en la que trinan los pájaros del cielo y donde lloran los siglos la desgracia de vuestra muerte, en el nombre del Padre del Hijo y del Espíritu Santo, Amen».

Al entregar este libro que reivindicará a este hombre cubierto de gloria inmarcesible pido a las autoridades locales, al Comité Cívico de Cochabamba y al Gobierno Supremo de la Nación repatriar los restos del Gran General de los Andes y Gloria Militar de América a la tierra que lo vio nacer y lo espera cual una madre con los brazos abiertos.

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CARTA HISTÓRICA A LA HISTORIA

"Alcides Arguedas y la Historia de Bolivia"

Pocos presidentes en la historia de Bolivia fueron tan grandes y probos como el Dr. Hernando Siles Reyes, quien no solo hizo un gran gobierno sino que tubo el tino de mantener a su familia alejada de las funciones del Estado.

Su hermano el Dr. Jenaro Siles, en una carta abierta dirigida al historiador Arguedas desde la ciudad de Tarija, le dijo en julio de 1935 lo siguiente:

"Hace pocos días he recibido su último libro titulado "LA DANZA DE LAS SOMBRAS", que al juzgar la política de mi hermano, el doctor Siles, aludía usted a mi persona, acusándome de jugarme en Monte Carlo los tesoros de la patria. En la página 312 se puede leer: "Crisis fiscal obliga suprimir esa legación". Cuando lo visité en París en lugar de encontrar al señor seco y engreído que se cree defraudado por el país culpable de no rendirle pleitesía, parecióme Ud. un hombre sencillo.

Desde muy joven me había causado asombro y pesadumbre la violencia de la lucha política en Bolivia. Fue solo muy posteriormente que me di cuenta que los que tales injurias cambiaban eran los únicos en no creer en su veracidad, por que luego se veía a los altercadores en franca y cordial amistad, sin que mediara muchas veces tiempo ni cambio de actitud. Pensaba que el Presidente no en suma más que un funcionario de la administración. Suponía que el Ejecutivo debe tomar palco en las luchas electorales y gobernar con los elegidos. En mi inocencia política desconocía que los partidos y los gobiernos se mueven por intereses, y que la Historia es una historia que a pocos importa, que luego dice lo que quiere. Ignoraba que la violencia de los jefes de la oposición más que sentida es calculada: con ella exaltan la del pueblo; el gobierno para defenderse exalta a la vez la suya, reprimiendo violentamente al pueblo, y resultando de ese círculo vicioso que el partido del poder disminuye a medida que crece el opositor.

El día que se eligió al Dr. Siles Presidente de la República, me reduje como cualquier ciudadano a emitir mi voto, a los pocos días de inaugurado el gobierno me apresuré a colgar en la puerta de mi consultorio médico, un aviso que decía: "El Dr. Jenaro Siles es pobre y vive de su trabajo. No quiere, no puede, no debe intervenir en los actos de la administración pública. No tramita nombramientos, no tiene capitales para empresas. No acepta regalos, ni desea compadrazgos". No tuve éxito con los buscadores de puestos, según ellos, eran partidarios del Dr. Siles, y acaso, lo eran hasta tanto obtener la plaza o hasta tanto no desengañarse de obtenerla.

Posiblemente he tenido muy en cuenta la calumnia a estas consideraciones al acusarme de no haber negociado con el Estado sino de haber negociado a mi hermano apoderándome de lo que ése hubiese apoderado y hubiera depositado ingenuamente en mis manos. Como la perfidia me supiese pobre y temiendo sin duda el derrumbe de sus construcciones con la evidencia misma de mi pobreza, se me acusó de hacer saltar la banca en los casinos, de ser un vagabundo por Europa, de haber comprado un automóvil mejor que el de Patiño y muebles dignos de un Rey, si hubiese tenido esposa la habría hecho vestir con lujosas telas, y si hubiese tenido hijos les hubiera atribuido todas las desgracias posibles. Su libro viene a sacarme del error- a menos que fuera Ud. quién urdió la infame especie, por que el calumniador se aferra a sus afirmaciones hasta la muerte- enseñándome que todavía persisten los efectos de la maldad. Las hojas periodísticas son hojas caídas de la pasión y juguetes del olvido; pero ya un libro de carácter histórico va más en serio.

En consecuencia, ha escrito Ud. los párrafos transcritos o inventándolos; o alimentando su espíritu de historiador con las basuras que la pasión política desparramada en horas de exceso y que el tiempo aventó, recojiendolas Ud. cuidadosamente para utilizarlas como datos para la historia. Explicable que las gentes del montón y en momentos de cólera política crean cuanto absurdo se les proponga, pero es incompatible con el alto espíritu de serenidad y justificación que debe distinguir al historiador, dejarse arrastrar por el oído y el que sea tanto, que aún después de esclarecida la verdad para los demás, él continúe obcecado en el error y encuentre placer en la gratuita injuria.

Si con esa misma ligereza y con esos mismos materiales ha edificado Ud. sus demás obras, que me complazco en no leer, y ya sé que eso no le va a quitar el sueño, su Historia de Bolivia debe ser una sola mancha sobre la nación".

Si Alcides Arguedas fue capaz de enlodar al Doctor Hernando Siles Reyes y a su familia, ignorando deliberadamente que fue uno de sus mejores presidentes, hombre honrado como pocos, gran jurista, político y catedrático, ejemplo de civismo y amor a su patria, gran señor y estadista y que murió como un cóndor en vuelo hacen 50 años; bien podremos entender que el General Mariano Melgarejo fue tratado por el mismo cuchillo del malvado historiador que pisoteó Bolivia y nos convenció que somos un pueblo enfermo. Cuando Arguedas infamó al Presidente Bush, éste le propinó dos sopapos en público, uno por él y el otro por Melgarejo, esos sopapos históricos si bien humillaron a humillador humillado que sin responder los aceptó sumisamente, empero no pudieron borrar de las sagradas páginas de la Historia, las mentiras históricas, que por más de varias décadas nos mordieron el alma, envenenaron nuestro espíritu y destrozaron nuestro civismo, ocasionándonos más daño que todas las guerras juntas.

Es importante que los historiadores sean hombres decentes y desapasionados y traten los hechos tal cual son, sin inclinarse a ningún lado. Creo que todos debemos aprender esta lección para el bien de nuestra amada Bolivia.

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