Juan Javier del Granado - Obras Seleccionadas

Poema Dedicatorio

1989 La gran verdad : metafísica trascendental y deductiva

1994 Ensayos filosóficos, jurídicos y psicológicos

1994 Diccionario de enlaces de la lengua

1995 Legis imperium

2003 Potosí

2007 La deuda oculta de Gabriel García Márquez con fray Benito Jerónimo Feijoó

2010 Un libro de Derecho del siglo XVI, refundido para el siglo XXI

2010 Flor de Granado y Granado, segunda edición

2013 Javier del Granado (texto)  (video)

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POEMA DEDICATORIO

JUAN JAVIER DEL GRANADO RIVERO
1965-

Sutil jurista y escritor campante
de claro Numen y estro parnasiano
logró que en su arpa, el ruiseñor galano,
de sus abuelos, en su pecho cante.

"El Diablo Ha Muerto", es el volcán llameante
de un pueblo heroíco, en garras de un milano
y "Gran Verdad", demuestra que eno en vano,
Dios créo el Mundo, con un ser pensante.

Por eso en su obra de viril diseño,
iza en relámpagos de enjoyada noche,
nuestra Bandera en cúspides de ensueño.

Y en cada página de metal sonoro,
el novel bardo en sideral derroche,
canta a la Patria con su laúd de oro.

—Javier del Granado y Granado

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2003 POTOSÍ

EL DESCUBRIMIENTO DEL CERRO RICO

La voz inconfundible de ogaño
se oye de los siglos, a lo lejos,
de Huallpa ahogando sordos quejos,
tratando de reunir a su rebaño.

La noche envolvente, con su paño,
avanza por parajes aparejos,
arroja negras sombras y reflejos
y otea la vastedad del Altiplano.

La noche cae en vela y recrudece,
y busca aterida por el frío
en dónde de los vientos guarecerse.

Humea la hoguera del sequío
y de entre las queñoas aparece
la plata en serpenteante río.

VICUÑAS Y VASCONGADOS

Nubes de vendaval y de tormenta
presagian la catástrofe en la Villa,
porque el vicuña a Rocinante ensilla,
y el vascongado, al enemigo enfrenta.

Asaltan Huayna, la contienda es cruenta,
en las sombras la noche se arrodilla,
el Cerro Rico de pesar se ovilla
y el granizo sangrante lo atormenta.

Ríos de sangre inundan las callejas,
y el pecado de amar y haber amado,
confiesan las mozuelas, tras las rejas.

El Cristo en Vera Cruz, escucha el ruego,
del potosino pueblo horrorizado,
y expulsa al diablo en carretón de fuego.

SAN NICOLÁS DE TOLENTINO

La Villa por las congeladas brisas,
en cenias y calzadas de cantutas,
carece de criaturas diminutas
contando chascarrillos entre risas.

Arropan a los críos con las frisas,
mas esas componendas quedan chutas,
un cencio herodiano por las grutas
lo deja al neonato hecho trizas.

Tras lustros la señora potosina
domina el soroche y firme siente
las ansias de sacarse la espina
y el corazón en oración ferviente
en torno a la imagen agustina.
Y se da el milagro del creyente.

LOS MITAYOS

Decidme, españoles mayordomos,
¿quién hizo a los hombres desiguales?,
venero de innumerables males,
sin ápice de duda, ni asomo.

No pocos santocristos y eccehomos
encarnan los humildes naturales.
Los vemos con sus laidos animales
dispuestos a agachar los corvos lomos.

Cargados de grilletes y esposados,
trabajan en cuadrillas en la mita
con cara avinagrada y contrita.

Malviven en los pueblos sojuzgados.
La tralla atrabiliaria y fortuita
conjura la amargura en su cuita. 

VALE UN POTOSÍ

La plata blanca que se saca luce,
envuelta en cutamas de leyenda,
un brillo de riqueza estupenda
debido al vellón que se produce.

Al alza de los precios se induce
en toda atijara que se venda
y engrosa los recaudos de hacienda
el quinto que su majestad aduce.

El caudaloso chorro del yacente
a mares y a raudales corre y mana
en argentado esplendor ingente.

Con lo que el colonial imperio gana
se alza un ancho y abundante puente
que cruza a la metrópoli hispana.

LOS AZOGUEROS

Los minadores sacan el provecho
fundiendo plata blanca de somonte,
prescinden del negrillo y prieto monte
y arrojan al mulato contrahecho.

Se queda amontonado el desecho,
y un día ensombrece el horizonte
la pila acechante del desmonte
al borde del desértico barbecho.

Procura la enorme caravana
de llamas el valioso cargamento
de procedencia huancavelicana.

Oh espectacular descubrimiento
que para amalgamar a la tacana
se le echa colpa al azogue liento.

MARGARITA Y MONDRAGÓN

Agita su abanico de suplicio
la joven Margarita con encanto,
y estalla en irreprimible llanto
camino al altar del sacrificio.

Asoma el noviete del hospicio.
Acude a la Iglesia y anda abanto.
El viejo Mondragón es un espanto
de sangre vizcaína sin resquicio.

La sombra alarga el bizarro talle,
se calza adarga y lanza, y el chicote
alcanza a la doncella en la calle.

La pone sobre el potro al azote
y se da a la huida hacia el hondo valle.
Y en Charcas prueba dulce de camote.

EL CORSARIO

Por sobre el mar azul embravecido
el leve pensamiento se desliza
al golpe de una favorable brisa
con ruta hacia el reino aguerrido.

Y contra el imperio agredido,
expide cédula de corso lisa
a Francisco Drago, como pitonisa,
la arpía Reina Virgen sin marido.

El mítico rapaz de truculenta
y arrebatada historia dragontina
escupe el fuego y quema lo que encuentra.

Acucia la amenaza ultramarina
tras la plomiza nube de tormenta
y se hace con la plata potosina.

LA CASA DE MONEDA

De los contornos y de toda parte
en barra, pifia, plancha y piedra llega
la plata en frenética entrega.
Y permanece dentro del baluarte.

La Ceca potosina le reparte
el peso distintivo y en talega
de mil a los cospeles les agrega
el cuño regio con macaco arte.

Con apreciable merma del gangocho,
por cada nueve piezas al corriente
antiguamente se cambiaban ocho.

Hoy se dan por ocho cabalmente.
Se llama la moneda ‹de a ocho›
y circula todo el orbe existente.

EL ILLAPU

Desciende el fiero y fulminante rayo
que exalta al hombre y a su vez lo humilla
y azota a los mitayos de la Villa
el mal desolador que esconde el sayo.

La pústula que estraga al ruin lacayo
perlada sale de una pesadilla
y el indio cae en tierra de rodillas
con confusión, delirios y desmayo.

En la medida en que se conciba
con algo de fatídico presagio
a veces el Illapu nos esquiva.

Se postra en la oración votiva
sin que remita el mortal contagio.
Y eleva la insistente rogativa.

LA ROSA

Yo, pétalo con pétalo estallo
en un pañuelo blanco colgadizo
prendido con indesmayable hechizo
en mística blancura sobre el tallo.

Yo, pétalo a pétalo acallo
con mi primor al lenguaraz mestizo
y al recamar mi albor intranquilizo
al vocinglero del cantor del gallo.

Mi crianza aquí resulta prodigiosa
conquista de la mano esforzada
y experta de un horticultor andino.

Sublime es ver en Potosí la rosa
brotar de la ladera escarpada
en la que no se cría ni el espino.

EL FRÍO

La noche gélida del Altiplano
avanza por las trochas pedregosas
y un látigo de ráfagas odiosas
con inclemencia azota al castellano.

Mudarse de jubón no es malsano
en la helada noche si reposas
cubierto de unas capas calurosas
y enciendes el fogón antelucano.

Ni amancebarse es algo condenable
con una natural calenturosa
al arreciar el frío inaguantable.

Por la pasión que se recrea y goza
la más cerrada noche es soportable
con el calor de la agraciada moza.

EL AMOR

¡Ay!, el amor es infernal comedia,
es bufa alegre como el flechazo,
disparo del certero saetazo
que el delicado corazón asedia.

¡Ay!, el amor es celestial tragedia,
es chasco triste como el bocazo,
descarga del fallido cohetazo
que el corto y apretado día atedia.

¡Ay!, el amor es brillo desmedido,
en nada serio y nada perdurable,
la flama del cerillo encendido.

Fugaz, efímero y deleznable
soneto mal tramado y mal urdido,
mas siempre necio y siempre acabable.

EPOPEYA DEL SOLÓN PERUANO

Oh, Francisco de Toledo
acompañante del César,
mayordomo del Prudente,
hombre de alta nobleza,
gran visorrey de estos reinos
y provincias pintorescas,
jalonaste la historia
con tu política ciencia
y tus sabias ordenanzas
legaste a las estrellas.

Un indudable prestigio
cimentaste y no cesan
las loas y ditirambos
a tus dilatadas gestas
cuando amanece el siglo
y con él la nueva era.

Pues, arrostraste con celo
y aconsejable cautela
las serias dificultades
que afrontó tu regencia
cuando pasaste viril por
azarosas peripecias
y encaraste a pie firme
inaplazables pendencias.

El indiscutible mando
que asumiste, y aquellas riendas
que empuñaste, despacharon
con deslumbrante limpieza
un cúmulo de complejos
y alambicados problemas.

En la ciudad de Los Reyes
te enfrentaste a la audiencia,
y castigaste los abusos
intolerables de fuerza.

Tu regencia no estuvo
precisamente a prueba
de luctuosos episodios:
sofocaste la revuelta
del inga Tupac Amaru
quien anduvo en la greña,
y pusiste en la picota
aquesta coronada testa.

Tan apoteótica fue
tu llegada que, ebria,
la real y noble Villa
se traslució de juerga
y refunfuñar de diablos
en campante convivencia.

Aclamaron los aplausos
y suspiros tu presencia,
y llovieron los pétalos
sobre tu sabia cabeza,
con las challas y jazmines
y las encendidas velas
a lo largo del camino
por largos días de fiesta.

Dispusiste el traslado
sobre columnas de piedra
a la plaza de la Villa
de la santísima Iglesia,
aunque tu acierto rotundo
haya sido la Ribera
donde obran los ingenios
y los puentes atraviesan.

Escaldó tu corazón ver
las afligidas siluetas
de los nobles naturales
sumidos en la miseria,
casta impasible y callada
de obstinada belleza
abrasada por el aire,
el sol y la indiferencia,
y aliviaste su condición
de lastimosa pobreza.

Aclaremos que la mita
jamás fue tu aciaga idea;
le transferiste una impronta
que era parcialmente leva
al laboreo en tandas
de las minas y la gleba
por los amautas ingaicos
que visto desde la luneta
de nuestro día aparece
como injusta exigencia.

Y no así un cambalache
de preceptivas corveas
arraigadas hondamente
en costumbres lugareñas.

Destilaste, gota a gota,
las lágrimas de ofrenda
que rodaron de tu madre
el día de tu nacencia
cuando dio su santa vida,
y se disipó en tinieblas
su amor irremplazable,
y en vista de su carencia
te hiciste taciturno
acallando duras quejas.

Con tu temple y gallardía
escribiste letras tersas
y diáfanas como limpio
granito de Oropesa,
y en tu persona lograste
casar audacia y reserva
con los tejidos más nobles
plisados en la decencia.

LA POLÉMICA DE LOS NATURALES

Tu institutriz a temprana
edad te hizo mozo sabio
y una experiencia acorde
ganaste de primera mano
en el cortejo del César
al correr de días faustos
que al darle vuelta al tiempo
se convirtieron en años.

Los tendidos gregorinos
de pañuelos se nevaron
e irrumpió ante tu vista
un mundo de huellas y rastros
y otro de voces y sombras
cuando al lado de Carlos
fuiste un presencial testigo
de aquel debate agrio.

En lid a puerta cerrada
retadores y retados
ante un público atento
libraron su duelo frontal no
a cintarazo y mandoble
de aceros toledanos
sino a temple de ingenios
y argumentos afilados.

Bartolomé de Las Casas
en dura polémica con
Juan Ginés de Sepúlveda de
cara a cara disputaron
sobre los títulos justos
del dominio castellano
de tierras por ocupar en
el Nuevo Mundo hallado.

Tus ojos negros y absortos
apenas pestañearon
cuando arreció el choque
y se liberó del escarnio
a los naturales que la
riqueza imperial labraron
con barretas resonantes
y gemidos ahogados.

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2013 JAVIER DEL GRANADO

2013 JAVIER DEL GRANADO

POR SÍ, UN ALMA BELLA

¿Por qué honráis, al igual que un patriota inmolado, al poeta épico cuando canta las proezas de su héroe? ¿Es que, acaso, ambos actúan juntos y se instalan en la gloria? Al explorar en los inicios de la literatura en la Antigüedad griega, constatamos que ya están presentes el gran héroe y el gran poeta de la patria, unidos bajo un propósito común: la creación y la consagración de la κλέος, de la gloria transmundana, llevándose ambos nutridos aplausos por sus hazañas epónimas.

Poeta y héroe se entremezclan en el imaginario popular, hasta el punto de llegar a confundirse en la figura de la «metalepsis del autor», acotada por el narratólogo francés Gérard Genette en su Métalepse. Así, el alma atribulada de un héroe afligido, como Odiseo o Néstor, siente apasionadamente el imperativo de narrar sus desgracias y de las calamidades que padece, o en el caso de Aquiles, hasta de empuñar la lira prodigiosa del poeta, cantando las hazañas de los héroes griegos. Y el mismo poeta, también, concibe su propio quehacer, es decir, el osado vuelo de su genio creativo —sobre todo, en el constante diálogo que surge de sus labios entre palabra e imagen, que le permite concebir el mundo a niveles profundos pero accesibles a todos— como algo rayano en la proeza más heroica.

Para un ejemplo no hay más que recurrir a Virgilio: en el proemio de su tercera Geórgica, el poeta romano exclama: «Uictorque uirum uolitare per ora», repitiendo las palabras triunfantes de aquel famoso epigrama del poeta épico Ennio: «Uolito uiuus per ora uirum», avaladoras de un poeta regio, cuya inmortalidad no se asienta en aparatosos andamiajes críticos o montañas de comentarios: basta un tenue asidero en la boca de los hombres para salvar sus versos de la caída hacia el olvido.

A los poetas épicos, la posteridad les concede un trato parecido al que ellos mismos dispensan a los héroes de cuyas hazañas cantan. En el caso que nos ocupa, para rendirle tributo, nuestro poeta nacional por excelencia —leído y querido por todos— eligió ora a Esteban Arze, caudillo de la independencia, ora al Mariscal de Zepita, Andrés de Santa Cruz y Calahumana, quien unió las naciones de Perú y Bolivia en una confederación que fue derrotada por el ejército chileno. Al bardo el pueblo lo exalta y arrastra con el héroe a la heroicidad, y es frecuente que lo idealice o idealice a su obra, como a un ideal en sí mismo, e incluso comience a divinizarlos.

En el caso de Javier del Granado y Granado, sin embargo, resultan especialmente inapropiados y sobre todo injustos las simples adulaciones y halagos formulados con el propósito de engrandecer los rasgos literarios y exaltar la sensibilidad creadora del poeta, considerando la austeridad y la sencillez de los valores que caracterizaron al hombre. Por ello, en ocasión de esta efeméride, en que nos reunimos a fin de homenajear al bardo en el centenario de su natalicio, otros destacarán la importancia que tuvo para la sociedad el «poeta de la Revolución boliviana», ya que sólo los poetas pueden hacer que las palabras sean como las alas y atrapar a medio vuelo las exactas que esclarecen los acontecimientos de la historia, porque la identidad de cada quien se encuentra en su biografía, y la de una nación —si es que existe algo así como la identidad de una nación— en su historia, leyendas y mitos.

Sí, Javier del Granado y Granado fue un poeta que coronó sus versos con la firma solvente del genio, y el país que no respete y ame a sus poetas está condenado a caminar a ciegas al borde del abismo. Sin embargo, el día de hoy, humanicemos más bien a este prócer de la plebe y poeta del pueblo, espejo de virtudes cívicas, cristiano modélico por su respeto a los demás, cuyas virtudes humanas y cualidades personales, en todos los órdenes de la vida, provocarían al más épico de los poetas y al más arrebatado de los rapsodas.

POR TU CALIDAD HUMANA

No cabe duda alguna que poeta
de lo inefable y lo sagrado fuiste,
o que en lo esencial aborreciste
lo claroscuro, como buen esteta.

Ni es de extrañar que, como exegeta
de la voz popular, ennobleciste
los hechos de la historia, que escribiste
con un primor que al milenio reta.

Con tu ansarino cálamo captaste
el entusiasmo de la muchedumbre,
sin que esta artística proeza baste
para igualar las palmas que ganaste
con tu ejemplar piedad y mansedumbre
por sí, capaces de inmortalizarte.

LA FIGURA PATERNA

Es porque fuiste un padre comedido
y tierno abuelo que jamás podremos,
sin llegar a antipáticos extremos
de elogio, relegarte al olvido.

Quién más que tú habría entendido
que para corregir a un niño hemos
de castigarlo, ni que lo intentemos,
con un pañuelo blanco sacudido.

Quién más que tú habría, en la mesa,
de pésimos modales, desasnado
a un vástago con mayor delicadeza,
poniendo un asno de marfil tallado
con gesto socarrón, y agudeza,
delante del menor mal educado.

CON EL ÚNICO PESAR

La imagen fue fatídica y penosa
para ti cuando encontraste muerta
y tumbada en la cama tras la puerta
de forma angelical y silenciosa,
en una crisis dura y dolorosa,
a la inmaculada de tu amada Berta
y la gente, sorprendida y boquiabierta,
no pudo consolarte por tu esposa.

Por ella hincaste tu afilada lanza,
fue inseparable musa y alegría
y oculta cómplice de poesía.

Fue más que un rayo de luz y esperanza:
claror en la calígine nocturna
y avance celestial de la luz diurna.

TU ANTIGUO COCHE

Tuviste la licencia número uno
de conducir, y en tu auto circulabas
por nuestras calles y parabas
en seco, en los cruces de consuno
y cuando lo estimabas oportuno,
pues al andar a todos espantabas,
mientras con el zagal te cerciorabas
que no transite carretón alguno.

Al coche no le dabas lucimiento
hasta que el combustible te despache
a un lugar mágico y ultramundano.

Mas te asegurabas al asiento
en caso de atravesar un bache.
Y nada de conducir con una mano.

EN TU ESTUDIO

Cumpliste tu trabajo cada día
y por horas te encerrabas en tu estudio
sin tregua ni tedioso interludio,
cautivo de pesada letanía
en la que largamente escribías
sin permitirte pausas ni preludio
hasta que el día marque su repudio
o te llegue en punto la epifanía.

Una mañana habías comenzado
a componer un épico poema
que nunca habría de ser superado.

Y en ese tris se desplomó el muro.
Puedo decir que la impresión fue extrema
pues, de un cañón hacías el conjuro.

JUNTO A CRISTO

Tiempo atrás, tu conocido tío,
representante de lo más granado
del clero, atendió un azul llamado
y tocó el alma hasta del impío.

Abrió el corazón con tanto brío
que lo llevó a entregar, al lado
de socorrer al más necesitado,
una vida perdurable al gentío.

En émulo, cumpliendo al dedillo
el mandamiento del amor cristiano
de hacer del indigente tu hermano,
le diste más valor a lo sencillo.
Y envuelto en un halo virgiliano,
resplandeció el cielo por tu mano.

TU AMIGO FRANKLIN

Tiempo atrás, tu audaz antepasado,
un médico gaditano, visionario
volcado al servicio humanitario,
realizó un esfuerzo denodado
cuando intentaba atravesar el vado
por vacunar con brío temerario
al pueblo indígena y originario
que fue por la viruela desolado.

Trataba de cruzar el río Grande,
cuando en pos de hundir a la cruel hidra
por poco acabaron con su vida.

En émulo, ni que el azar lo mande,
tu amigo Franklin hacia la orilla
tuvo que vadearte en angarillas.

TU HERMANA BLANCA

Como mujer ilustre y halagüeña,
brilló su inteligencia proverbial
con un sentido del humor genial
sin demudar su expresión risueña.

Tu hermana abrió la bóveda abrileña
del cielo por la senda de un rosal
y extrajo miel silvestre de panal
su cabellera húmeda y sedeña.

Y al ver la incomparable armonía
y rara belleza que, en su juventud,
tu inseparable hermana poseía,
le respondiste, ante su inquietud
un día, sobre qué es la poesía,
con Bécquer: «Poesía… eres tú».

EL CORDERO PASCUAL

Tú fuiste la figura que concilia
cuando un cordero recental serviste
y la recepción pascual que ofreciste
logró que se reúna la familia.

Con la culminación de la vigilia,
un mensaje de amor nos trasmitiste,
y es natural que nos sintamos tristes
ante la falta del ser que auxilia.

Es que a lo mejor aún podría
causarnos arrebatos de tristeza
el que ya no esté a nuestro lado
el padre lleno de sabiduría,
de sensibilidad y de fineza,
cuya cordura habíamos honrado.

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